¿Para qué sirve la conciencia? La ciencia desvela su sorprendente función evolutiva



Un estudio pionero que compara humanos y aves revela que la experiencia consciente no es un lujo, sino una herramienta clave para la supervivencia que ha evolucionado en especies muy distintas.

Durante décadas, la conciencia ha sido uno de los grandes misterios de la ciencia. Todos la experimentamos, desde la calidez del sol en nuestra piel hasta la punzada de un dolor, pero ¿por qué evolucionó? ¿Cuál es su propósito real en el intrincado juego de la supervivencia? Un equipo de investigadores de la Universidad Ruhr de Bochum ha dado un paso crucial para responder estas preguntas, y lo ha hecho mirando a un grupo de seres inesperados: las aves.

Publicado en la prestigiosa revista Philosophical Transactions of the Royal Society B, el trabajo dirigido por los profesores Albert Newen y Onur Güntürkün propone que la conciencia no es un fenómeno exclusivamente humano, ni depende de una estructura cerebral concreta, como la corteza de los mamíferos. Su hallazgo sugiere que evolucionó con una función clara y se manifiesta en distintos niveles.

Los tres niveles de la conciencia: más allá del simple dolor

Los científicos proponen que la conciencia cumple funciones específicas a través de tres estratos progresivos:

  • Activación Básica: La Alarma Corporal. Es el nivel más primordial. Evolucionó para poner el organismo en estado de alerta inmediato ante peligros. El dolor físico es su herramienta principal: una señal directa e ineludible que nos fuerza a reaccionar en segundos —huir, paralizarnos, protegernos— para preservar la integridad del cuerpo.

  • Alerta General: El Foco en lo Importante. Este nivel permite seleccionar un estímulo concreto de entre un mar de información sensorial. Es lo que hace que, en medio de una conversación, tu atención se desvíe abruptamente al olor a humo. Esta capacidad de enfocar es fundamental para aprender correlaciones en el entorno (humo = fuego) y formar un conocimiento flexible del mundo.

  • Conciencia Reflexiva: El Yo que Planifica. El nivel más complejo. Nos permite pensar sobre nosotros mismos, recordar el pasado, proyectarnos en el futuro y construir una identidad personal. Incluye la autoconciencia, esa capacidad de reconocerse en un espejo que no solo poseen los humanos a partir de los 18 meses, sino también chimpancés, delfines y, significativamente, algunas aves como las urracas.

El Sorprendente Caso de las Aves: Una Conciencia con Cerebro Distinto

La gran revelación de esta investigación surge de estudiar a animales con una arquitectura cerebral radicalmente diferente a la nuestra: las aves. A pesar de no tener una corteza cerebral como los mamíferos, exhiben conductas y patrones neuronales que apuntan a formas de experiencia consciente.

  • Procesan el mundo subjetivamente. Experimentos con palomas y cuervos demuestran que no solo reaccionan a estímulos de forma automática, sino que parecen interpretarlos. Los cuervos, incluso, muestran actividad neuronal que refleja lo que están percibiendo o recordando internamente, no solo lo que hay frente a ellos.

  • Poseen un "equivalente funcional". Aunque su cerebro es distinto, cuenta con estructuras que realizan tareas similares. El área aviar NCL actúa como un análogo del córtex prefrontal humano, integrando información de manera compleja y flexible, una capacidad esencial para la consciencia.

  • Muestran atisbos de autoconciencia. Diversos estudios indican que ciertas aves pueden tener una percepción de sí mismas, siendo capaces de distinguir entre su propio reflejo y otro individuo real.

Conclusión: Una Herramienta Antigua para un Mundo Complejo

Este estudio rompe con la idea de que la conciencia es un epifenómeno o un privilegio exclusivo de los mamíferos con cerebros complejos. La evidencia sugiere que es una herramienta evolutiva antigua y poderosa que surgió para ayudar a los organismos a navegar en entornos impredecibles.

Su propósito fundamental sería integrar y priorizar información de manera flexible, permitiendo respuestas rápidas al peligro (dolor), el aprendizaje de relaciones clave en el entorno (alerta) y, en sus formas más avanzadas, la planificación y la toma de decisiones basadas en un sentido del yo.

El descubrimiento de que criaturas con caminos evolutivos tan divergentes como los humanos y las aves han desarrollado formas similares de conciencia indica que esta podría ser una solución evolutiva mucho más común de lo imaginado. La conciencia, con toda su gama de experiencias placenteras y dolorosas, no es un accidente, sino un instrumento fundamental en la lucha por la supervivencia y la adaptación.

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